El martes pasado le conté a I. un sueño extraño que había tenido durante la siesta. Suelo tener sueños largos, pesados, llenos de selvas y ruidos; cuando la oscuridad de la noche no me abraza con ese delicioso terciopelo negro y el silencio, me paseo en torbellinos oníricos alocados.
El sueño.
Le contaba a I.: yo era una pequeñita de tres años. Era de tarde, en verano porque se sentía un vapor pesado. Había mucho sol, la humedad hacía que la ropa se me pegue a mi cuerpito. Me habían puesto una gorra roja con lunares blancos, la visera me caía coquetamente hacia un lado. Mis rulos, apenas contenidos por la gorra, se balanceaban detrás de mis orejas. Una blusa rosa, fresca y pantaloncitos cortos rojos también. Zapatillas de lona y mi carterita gris con forma de perrito cruzaba mi pecho.
El hombre altísimo que me llevaba de la mano seguro era mi padre. No podía verlo bien por el sol en mi cara, recuerdo que usaba jeans y asumí que era joven. Yo lo era.
Caminabamos por una vereda llena de gigantes. Su mano apretó la mía cuando llegamos a una esquina y me hizo esperar. El semáforo.
El sol me molestaba tanto que no miraba ya para arriba, me sentía confiada que cualquier novedad sería transmitida por mi –supuesto- padre a través de apretones en mi manito. Un código secreto y efectivo.
Los armatostes rodantes frenaron a metros de mi y todos los gigantes a mi alrededor reanudaron su marcha por el pavimento rayado. La mano apretó y mi padre avanzó con ellos; apreté el paso para seguirlo. Los gigantes iban y venían, nadie parecía notarme.
Distinguí unos zapatitos tan pequeños como los míos que venían en la dirección contraria. Un niñito de pelo castaño oscuro y una remera rayada. Nuestros ojos se encontraron sin dificultad porque estábamos a la misma altura, oh! Había encontrado otro par de ojos entre la multitud inescrutable! Estaba aferrado a una mano que también, estoy segura, le daba apretones para anunciarle cosas.
Apreté mi carterita en forma de perrito, se acercaba. Lo miré intensamente a los ojos, por fin podia hacerlo! Desde que el sol me daba en la cara había renunciado a seguir castigándome, podría vivir sin ver otro par de ojos, hasta que lo vi a él y el tiempo (en ese pedazo de pavimento rayado) se detuvo para dejarnos contemplar. El me miraba con curiosidad, asombrado como yo del descubrimiento de otras bocas, narices, ojos, pelo, cuerpo, todo a nuestra medida, igualitos.
Nos alcanzamos, nos rozamos levemente: éramos reales! Su piel estaba transpirada como la mía, sus pasitos eran cortos y rápidos para seguir a la mano-que-nos-lleva.
Pasó. Por qué tan leve!
Embrujada me olvidé del alrededor y segui esos ojos con los míos. Me di vuelta para no perder los detalles. Allá iban las rayas de su remera. Lo llevaban como a mi, en direcciones opuestas con el regalo de esos instantes, que podrían haber sido horas o minutos pero no lo sé realmente, porque el tiempo y el espacio es algo que aprenderé más adelante, cuando alcance otras alturas y pueda perseguir otros ojos.
Cuando desperté, le conté a I., estaba agitada y sudorosa como si hubiera caminado por las calles en ese mismo verano.
Es el deseo, me dijo, de toparte con quien te pueda mirar de frente sin soles ni gigantes entorpeciendo tu camino. Molestando. Lo vas a encontrar un día, caminando distraída, seguramente. Por supuesto será breve. Por supuesto cuando mires hacia atrás querrás soltarte de tu mano y correr hacia él.
No puedo? Pregunté.
No debes. Hay otras calles. Otros semáforos. Otros pequeños momentos que te querrán sorprender. Dejalos.
12 comentarios:
Creo que estaría bueno correr detrás del deseo.
Tal vez haya tantos o más momentos por sorprenderte justo ahí, mientras intentas alcanzarlo.
Saludos,
C.
Si uno corre detrás del deseo, puede tener la mala suerte de alcanzarlo.
Siempre disentiremos, my friend.
besoooo
¿Vos crees que correr detrás de un deseo deviene en tragedia indefectiblemente?
Yo no.
Beso amiga.
C.
No dije que deviene en tragedia, digo que si se lo alcanza pierde lo mejor que tiene (el deseo), que es justamente, no tenerlo.
Las desilusiones llegan cuando el deseo ha perdido todo su poder.
besitoo
¿Creés que no vale la pena luchar por lo orgásmico de haberlo alcanzado?
Saludos,
C.
Luchar si, sabiendo el costo de alcanzarlo. Lo orgásmico dura eso. Poco. Y después? siempre hay un después.
besoo
Amiga, esta vez coincido con CF, yo correria tres ese deseo, por mas breve q sea...
Prefiero arreisgarme a alcanzarlo, a la angustia de haberlo dejado ir ni impedirlo...
Soltate la mano y corre!!!!
BEsos!
Amiga, sépalo: la vida esta compuesta por mas momentos orgasmicos, que por otra cosa. La felicidad es tan efímera, que pasamos la mayor parte del tiempo recordando solo aquellos buenos momentos, provenientes de hazañas y búsqueda de deseos, como quien busca un tesoro escondido.
Saludos,
C.
usted(es) dijo deseo, no felicidad. la felicidad es otra cosa. alcanzar el deseo no siempre es sinónimo de felicidad ni mucho menos. solo se parecen en lo breve (ahi si coincido). No siempre alcanzar el deseo nos va a hacer felices, sobre todo cuando la magia suprema del deseo, justamente, todavia no tener, no alcanzar. es un medio, nunca un fin.
beso
La felicidad está hecha de muchos deseos, de diversa índole. Los hay con mayor o menor expectativa y los hay más o menos superficiales. Yo, en el continuo capricho de la hija única, prefiero ir tras ellos, aunque su aporte a la felicidad sea efímero, porque sé que seguidito, mis ojos se cruzarán con otro más. Además la felicidad también está hecha de desilusiones, sino no tendríamos con qué comparar, no?
(Uf, que aburrido sería! Reconózcome cazadora de deseos...)
Besos mi reina. No tenga miedo a las desilusiones ni a lo breve. Embrace the "cañita voladora" feeling!! jajaja! Quiérola mucho.
FF
eras la hormiguita viajera en el sueño!!!! te faltaba la hoja en la cabeza :P
Hay que saber mirar al deseo y correrlo si despues de mirarlo plenamente a los ojos uno lo sigue deseando :)
La magia está -tal vez- en seguir recordando, rememorando, reviviendo ese momento-puerta de otra cosa que no llegó, que no llegará y que es fantástico que no llegue, pues mientras menos sepamos de él, más se parecerá al ideal que nos mueve.
Hubo quien juró escuchar a Platón decir que somos las sombras de las ideas, imperfectas copias de unos ideales esenciales que nunca alcanzaremos.
Yo veo en esa imperfección la belleza de lo diverso, de lo indefinido, de lo imprevisto.
El amor que perseguí a mis quince años no tendría la fuerza ni la actualidad que tiene hoy, de haberse concretado, sería tan solo una aventura más.
Hoy voy a soñar. Soñaré que corro y que no llego. Y despertaré feliz.
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