1.6.15

HISTORIA DE VERANO


Recordó aquella vez en la playa cuando le mostraron una aguaviva que la corriente había dejado en la arena. Transparente y pegajosa, escurridiza, no había que tocarla. Era peligrosa y ausente como un fantasma.

Pasó su mano entre las piernas y sintió la humedad que desbordaba la ropa interior. La bajó despacio  para encontrarse con esa pequeña aguaviva deslizándose por los muslos sin que se diera cuenta. Se metió en la ducha y refregó la prenda con agua pero los fluidos no se escurrían fácilmente. Entre sus piernas pasaba algo parecido: un filamento quedó suspendido entre sus dedos cuando se tocó, adentro, entre los vellos mojados. Olió con curiosidad aunque sabía que la orina no tenía esa densidad.

Recordó las ostras y otra vez el mar. El olor fuerte en el puerto. Por qué llamaban a una parte de su cuerpo como aquel caparazón que albergaba una perla y mucosidades tan parecidas a las que estaba encontrándose.

Tomó el jabón y lavó con fuerza la prenda hasta que no quedaron restos de los fluidos. Abrió las piernas y procedió a hacer lo mismo, hasta quedar limpia.

El beso fue esperado y las manos en la cintura apretándola, también. Una cosquilla se instaló en el vientre y fue fácil dejar entrar la lengua suave a acariciarle la boca. Sus brazos alrededor de la nuca lo atrajeron hasta sentir los latidos y la agitación al unísono con su pecho. La presión en sus caderas y un animal creciendo ahí cerca.

La tarde cayó rápido y corrieron a la casa donde se despidieron con timidez. El verano enfebrecía con los grillos gritando, escapando en la humedad.

Se secó el cuerpo y se acostó, pensando en la boca y en el cuerpo. Se acurrucó sonriendo y se durmió con su mano entre las piernas, soñando con el mar.