Recordó aquella vez en la playa cuando le mostraron una
aguaviva que la corriente había dejado en la arena. Transparente y pegajosa,
escurridiza, no había que tocarla. Era peligrosa y ausente como un fantasma.
Pasó su mano entre las piernas y sintió la humedad que
desbordaba la ropa interior. La bajó despacio
para encontrarse con esa pequeña aguaviva deslizándose por los muslos
sin que se diera cuenta. Se metió en la ducha y refregó la prenda con agua pero
los fluidos no se escurrían fácilmente. Entre sus piernas pasaba algo parecido:
un filamento quedó suspendido entre sus dedos cuando se tocó, adentro, entre
los vellos mojados. Olió con curiosidad aunque sabía que la orina no tenía esa
densidad.
Recordó las ostras y otra vez el mar. El olor fuerte en el
puerto. Por qué llamaban a una parte de su cuerpo como aquel caparazón que
albergaba una perla y mucosidades tan parecidas a las que estaba encontrándose.
Tomó el jabón y lavó con fuerza la prenda hasta que no quedaron
restos de los fluidos. Abrió las piernas y procedió a hacer lo mismo, hasta
quedar limpia.
El beso fue esperado y las manos en la cintura apretándola,
también. Una cosquilla se instaló en el vientre y fue fácil dejar entrar la
lengua suave a acariciarle la boca. Sus brazos alrededor de la nuca lo
atrajeron hasta sentir los latidos y la agitación al unísono con su pecho. La
presión en sus caderas y un animal creciendo ahí cerca.
La tarde cayó rápido y corrieron a la casa donde se
despidieron con timidez. El verano enfebrecía con los grillos gritando,
escapando en la humedad.
Se secó el cuerpo y se acostó, pensando en la boca y en el
cuerpo. Se acurrucó sonriendo y se durmió con su mano entre las piernas,
soñando con el mar.
2 comentarios:
Que florezcan mil nuevos post! Me encantó encontrar algo aquí de nuevo ^_^
(algo que nunca defrauda, por cierto)
Ya entiendo por qué le dicen verano... ¡Gracias!
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