22.10.09

LA INSOPORTABLE PEQUEÑIDAD DEL SER


El martes pasado le conté a I. un sueño extraño que había tenido durante la siesta. Suelo tener sueños largos, pesados, llenos de selvas y ruidos; cuando la oscuridad de la noche no me abraza con ese delicioso terciopelo negro y el silencio, me paseo en torbellinos oníricos alocados.

El sueño.

Le contaba a I.: yo era una pequeñita de tres años. Era de tarde, en verano porque se sentía un vapor pesado. Había mucho sol, la humedad hacía que la ropa se me pegue a mi cuerpito. Me habían puesto una gorra roja con lunares blancos, la visera me caía coquetamente hacia un lado. Mis rulos, apenas contenidos por la gorra, se balanceaban detrás de mis orejas. Una blusa rosa, fresca y pantaloncitos cortos rojos también. Zapatillas de lona y mi carterita gris con forma de perrito cruzaba mi pecho.

El hombre altísimo que me llevaba de la mano seguro era mi padre. No podía verlo bien por el sol en mi cara, recuerdo que usaba jeans y asumí que era joven. Yo lo era.

Caminabamos por una vereda llena de gigantes. Su mano apretó la mía cuando llegamos a una esquina y me hizo esperar. El semáforo.

El sol me molestaba tanto que no miraba ya para arriba, me sentía confiada que cualquier novedad sería transmitida por mi –supuesto- padre a través de apretones en mi manito. Un código secreto y efectivo.

Los armatostes rodantes frenaron a metros de mi y todos los gigantes a mi alrededor reanudaron su marcha por el pavimento rayado. La mano apretó y mi padre avanzó con ellos; apreté el paso para seguirlo. Los gigantes iban y venían, nadie parecía notarme.

Distinguí unos zapatitos tan pequeños como los míos que venían en la dirección contraria. Un niñito de pelo castaño oscuro y una remera rayada. Nuestros ojos se encontraron sin dificultad porque estábamos a la misma altura, oh! Había encontrado otro par de ojos entre la multitud inescrutable! Estaba aferrado a una mano que también, estoy segura, le daba apretones para anunciarle cosas.

Apreté mi carterita en forma de perrito, se acercaba. Lo miré intensamente a los ojos, por fin podia hacerlo! Desde que el sol me daba en la cara había renunciado a seguir castigándome, podría vivir sin ver otro par de ojos, hasta que lo vi a él y el tiempo (en ese pedazo de pavimento rayado) se detuvo para dejarnos contemplar. El me miraba con curiosidad, asombrado como yo del descubrimiento de otras bocas, narices, ojos, pelo, cuerpo, todo a nuestra medida, igualitos.

Nos alcanzamos, nos rozamos levemente: éramos reales! Su piel estaba transpirada como la mía, sus pasitos eran cortos y rápidos para seguir a la mano-que-nos-lleva.

Pasó. Por qué tan leve!

Embrujada me olvidé del alrededor y segui esos ojos con los míos. Me di vuelta para no perder los detalles. Allá iban las rayas de su remera. Lo llevaban como a mi, en direcciones opuestas con el regalo de esos instantes, que podrían haber sido horas o minutos pero no lo sé realmente, porque el tiempo y el espacio es algo que aprenderé más adelante, cuando alcance otras alturas y pueda perseguir otros ojos.

Cuando desperté, le conté a I., estaba agitada y sudorosa como si hubiera caminado por las calles en ese mismo verano.

Es el deseo, me dijo, de toparte con quien te pueda mirar de frente sin soles ni gigantes entorpeciendo tu camino. Molestando. Lo vas a encontrar un día, caminando distraída, seguramente. Por supuesto será breve. Por supuesto cuando mires hacia atrás querrás soltarte de tu mano y correr hacia él.

No puedo? Pregunté.

No debes. Hay otras calles. Otros semáforos. Otros pequeños momentos que te querrán sorprender. Dejalos.





1.10.09

JUAN CARLOS*

*título sugerido por mi amigo personal, The Border.


Me siento demasiado real. Agotada por el peso de la rutina que tiene la maldita costumbre (claro) de volverme insignificante.

Hablo por mi.

Es como escapar. O intentar hacerlo por el aturdimiento de los sentidos. Como pelearle a la hiperestesia porque en el momento de abrir una rendija, la presión es demasiada (es el llanto, las quejas, los gritos, los golpes, los "quiero que me dejen en paz!"), todo sale escupido, a borbotones, improlijo, sucio.

Ella me dijo que cada vez que caminaba por la misma calle, en los días de invierno, sentía como tenía diez años de nuevo. Me dijo que una mezcla de derrota e incertidumbre le apretaba la garganta. Me dijo que tenia ganas de saltar, llorando como una loca.

Como una loca, recalcó.

Perdimos la oportunidad, me dijo, de volvernos locas y libres y ser parte de dichos en el barrio, de algún murmullo malintencionado y de los compadecimientos de extraños, siempre fétidos e inoportunos.

Cuando no equivocados, acoté.

Maldita realidad.

Que es lo que extrañás de estar enamorada?

Ser única, me dijo, ser todo y abarcar como el universo mismo.

Ahora?

Escapo por puertas traseras. Me encuentro con seres extraños en mis sueños. Miro por las ventanillas. Prefiero los días nublados a los de sol, porque me dan razones para sonreír disimuladamente.

El teatro esta vacío y las butacas no se quejan de los pesos inesperados. Un par de luces iluminan el lugar y me paro, en el medio del escenario, rodeada de un dulcísimo vértigo, que reconozco aún en el silencio, como me envuelve y me empuja.

Caigo.

Afuera me esperará alguien. O será que barreran mis pedazos, los pondrán en una bolsa negra y sin ninguna compasión serán arrojados juntos con otras bolsas, con otras personas rotas.