By C.
Estuve
conversando con una amiga sobre suegros, suegras y progenitores de pareja en
general. Tengo sobre mis espaldas –lo digo sin orgullo, aclaro-, el récord de
no haberle caído bien a ningún padre de mis ex parejas.
¿Por qué?
Se preguntará algún incauto desconocedor de mis formas.
Analizando
muy detalladamente, he aquí un par de razones por las que, seguramente, más de
uno habrá querido patearme a la calle.
Number One
Tiendo –por
arbitrio del destino- a relacionarme con hombres católicos. O descendiente de
madres fuertemente católicas, de las copadas, con vírgenes propias y altares
varios, santos favoritos y demás peculiaridades religiosas.
Yo soy
atea. Básicamente un demonio evolucionista que larga relajadamente un “jamás me
casaré por iglesia” y seguir sonriendo. Entonces puedo leer las caras de esas
mujeres bien confesadas ¿qué planes
diabólicos tendrá para mi hijo, cómo es
posible? ¿Y qué pensará del Santo Padre?
Y poner
cara de circunstancia con cada mención del Vaticano, créanme, no es una forma
de ganar el cariño de una suegra.
Number Two
No me gusta
la gente. Los padres son gente, ergo, no me gustan los padres. No por una
tendencia gratuita a detestar a la raza humana (aunque a veces si), sino por
una costumbre arraigada de no confiar en la gente, parezca maravillosa o no.
Entonces,
una delicada tirantez en mis modales se notará en mi intercambio social con mis
futuros parientes.
Me
fascinaría poder decirles: no es algo
personal, simplemente no te conozco y podés ser una criatura detestable, no me
vas a gustar solo porque participaste en la creación de esta persona que ahora
quiero.
Otra vez,
no es el mejor discurso para romper el hielo.
Number
Three
Las madres
suelen poner límites. Las madres suelen creer que la mujercita que elija su
crecido bebé tiene que ser una prolongación de ellas mismas. Proyectan,
erróneamente, su amparo y cuidado a una perfecta extraña. Pretenden que
impongan los mismos límites, que impartan las mismas reglas.
Alerta de
carcajada: No creo que una pareja sea un hijo heredado y haya que andar limpiándoles
las narices u otros orificios. No creo en poner límites –¿acaso no somos
adultos? por las barbas de Odín!-, no creo en albergarlos bajo el ala como una
gallinita cuidatodo.
Las buenas
intenciones de los padres, la famosa frase yo
sé lo qué es mejor para vos, es la mentira más grande después de los Reyes
Magos. Ellos pueden no saber que nos hace felices, puede que no sea lo que los
hace felices a ellos. Déjenos tranquilos
señora, encontraremos solitos el camino al País de las Maravillas.
-Por
supuesto hay otras razones por las cuales soy un pésimo proyecto de nuera, pero
prefiero dejarlo para más adelante. -