11.5.09

LET DOWN




Ella se veía, a través del vidrio, abrumada. Pesaba en su nuca una carga muerta, una levísima inclinación en su mirada, en su cabeza, en sus brazos y las manos, rojas del frío, abrazan la taza que humea.

Parece como si, en cualquier momento, se fuese a levantar, desesperada, salir corriendo a la calle, llorando, usando sus manos frías para calmar el estallido de su cara.
Suspira. Mira, husmeando el horizonte. Tiene el pecho inflado de aire que no se quiere ir. Es una hija del invierno, que le da excusas para esconderse detrás de bufandas y sobretodos, una armadura, sombreros hasta los ojos y guantes para sus manos.

Debe estar pensando en alguien que no llega. Que no va a llegar. Fue a calentarse, a resguardar su nariz del viento, a esperar una hora específica. No espera a nadie. Su cara es de resignación, de alguien que ya a escrito su final, que dijo palabras de despedida, que abrazó con fuerza para no olvidar el olor que despedía su piel, para recordarlo en todos los abrazos que vaya a dar de aquí en adelante, porque no serán de él.

Cuando veo que se le pierde la mirada en la muchedumbre ciega que pasa en las calles, sé que lo está recordando, en ese mismo instante seguramente imagina una preciosa fantasía, (hasta puedo ver que las comisuras le tiemblan en una pequeña sonrisa).

Se despierta, sacude la cabeza, se concentra en sus manos ahora tibias y la taza que ya no humea, en el bar ruidoso y la silla vacía delante suyo. Como dije, no espera a nadie. Levanta la mano, el mozo se acerca, le paga con el cambio justo y toma su bolso y su abrigo y sale. Quisiera correr, romper con un martillo esa realidad que le pesa, quiero despedazar, triturar los vidrios que le reflejan su figura solitaria, como una trampa, sola y sin salida. Luego mirarla a los ojos y verla ligera, una sonrisa y otro suspiro. Quiero seguirla por las calles frías de gente muerta hasta que me doy cuenta que la he perdido en ese cementerio palpitante.




5.5.09

RECETA

Ingredientes

Ganas, punto

Preparación

Llegar a casa, previa parada en el almacén amigo donde compra los elementos necesarios, prepizzas, aceitunas (medio fuleras, pero algunas se salvaban) y una pequeña quilmes red lager porque stout no había.

Arribar al hogar, prender luces y precipitarse a encender los adminículos necesarios, entiéndase, la computadora para hacer uno que otro test pelotudo en Facebook, el equipo de música, la luz del baño que aunque no lo usemos para nada TIENE que estar prendida.

Imprescindible: poner el Winamp en shuffle y ver donde el azar dirige tu música y tu humor.

Recolectar de la heladera las pocas cebollas que quedan sin pudrirse y repetir por 732493462983762da vez que vas a tirar ese yogurt.

Darle unos 10 minutitos en el freezer a la Red Lager para que esté en punto caramelo. Comer unas aceitunas mientras.

Poner una cacerolita al fuego y realizar algún horror culinario que se llame salsa para pizza. Agregar el adobo correspondiente que la justifique.

Abrir la Red Lager y sentir un incremento salival importante. Saborear la cerveza espumosa y el punto de frescura que viene a aplacar la sed producida por comer tantas aceitunas.

Bailar con lo que suene en ese momento en los parlantes. Botella en mano. Intentar cantar usándola de micrófono. Pensas que son las 10 de la noche y que los vecinos te deben odiar y no te importa un pito.

Aceptar que la salsa es un desastre pero zafa. Regar las prepizzas con eso, cortar el queso y poner las pocas aceitunas que te quedaron después de comertelas todas antes.

Poner a horno moderado y esperar que llegue el otro comensal.

La botella se encuentra peligrosamente vacía y vos peligrosamente contenta por las artes de la fermentación.

Correr los muebles y sospechosamente, es el azar que guía hasta la mejor canción para esa noche, esa hora y ese estado. Te ponés a saltar y a bailar. Pensás que el mundo es una extraña y hermosa porquería que se deja querer de vez en cuando.
Bailas. Guitarras. Batería. Guitarras. Todo gira.







La cena está lista.