11.10.08

EL ÚLTIMO TRAMO


El viejo estaba postrado en esa cama hacía meses en su cuarto, desde donde observaba el mundo realizarse sin su presencia. El viejo pensaba que no le tenía miedo a la muerte porque eso es lo que se espera de la gente que tiene algo que perder, como juventud o sueños por realizar, él a su edad como todos, acepta y no pregunta.

La muerte, pensaba, era un tema más de los que debían ocuparse los filósofos y él de filosofía no entendía mucho. O ya no quería entender porque se supone que a cierta edad ya es inútil aprender cosas.

A las diez en punto llegó Estrella, la enfermera. Quizás no se llamaba así y le había mentido, aunque sería difícil mentirles a sus hijos y a sus nietos también. Para él la enfermera, alta y de huesos pesados, podría llamarse Marta o Alicia, nombres que le quedarían mejor por su apariencia. Estrella era nombre de niña bien, delicada.

Estrella le curó las heridas del cuerpo y le cambió el vendaje de los muñones de las piernas. La diabetes fue generosa al elegirlo y ahora, postrado, soportaba la rutina de recibir a Estrella todos los días y ver los pedazos de sus piernas.

Al menos no estaba senil, lo tranquilizaba Estrella. Ella que trabajaba para otros viejos postrados y para geriátricos, contaba historias de gente abandonada, gente que se perdía al volver de las compras, gente que no reconocía ni a sus hijos, gente a la que la comían los piojos.

Cada día era una nueva historia, pensaba el viejo, o las mismas de siempre en orden aleatorio para no aburrirlo.

Estrella hablaba de sus hijos, el más chico ya terminaba la escuela y seguiría la carrera de enfermería como ella. Hablaba con orgullo, ajustando mecánicamente agujas a jeringas, su hijo sería un gran enfermero y ella podía conseguirle después un trabajito por medio de los tantos doctores que conocía.

La práctica hace al maestro, decía. Estrella tenía la costumbre de decir frases hechas al terminar sus anécdotas, como sentencias, como la afirmación del relato contado; se ponía seria aunque el delantal que usaba para bañarlo era chistoso.

Su hija más grande era fotógrafa y había viajado por todo el mundo. Su vida era un sueño, repetía, conocerá cosas que jamás hubiese podido darle, ¿me entiende?

El viejo asentía mientras recalcaba la importancia de la educación y el buen ejemplo de los padres. Estrella sonreía.

Pero los hijos son voluntades al viento, pensaba. Importa un comino la educación y el ejemplo, los hijos nunca son los que los padres quieren, nunca. Es una lotería, pensaba. A veces salen menos peorcitos que otros pero esa es la ley, uno tampoco ha sido el hijo ideal para sus propios padres. Pero hay que soportar, que son nuestros, carne y sangre propia, hay que amarlos y cuidarlos, ellos nos cuidarán cuando llegue nuestro momento de quedarnos postrados.

Estrella habla de la televisión y las noticias, todo está caro y la inseguridad es mayor, los chicos están todos rebeldes, todo está mal.

Así nos va, así nos va, repite el viejo, incorporándose un poco para ayudarla a que cambie las sábanas. Desde que tiene memoria las cosas están caras, hay robos y muertes y los chicos se rebelan. Es la ventaja de ser viejo, ya se ha visto todo dar vueltas como un trompo y se sabe con certeza que será así siempre.

Espera que se case, dice la enfermera que ha vuelto a hablar de su hija, la fotógrafa. Casarse y tener hijos como Dios manda.

Porque es Dios y sólo él quien nos guía con su Espíritu por el buen camino hacia la salvación. Y con diez mandamientos que hay que cumplir, el viejo sabe que no ha cumplido con todos pero se casó y tuvo hijos y éstos los suyos. Su misión en la Tierra de los mortales está cumplida de acuerdo con Dios, sólo le queda a Él cumplir su parte y salvarlo.

El viejo sabe que no le queda demasiado y bien está, porque ha vivido mucho y ha aprendido otro tanto, ha sido justo y ha vivido tranquilo con su Dios y los hombres. Honrado. Ha sido honrado. Soporta esa enfermedad con estoica resignación y sus piernas cercenadas tampoco le servían para mucho enteras. El hombre cumple su destino, piensa mientras le pide a Estrella que le alcance unos papeles.

Su herencia pendiente de su firma y su vida, sus logros pasarán a sus hijos, como la posta de una carrera interminable. Él que se sabe justo y honesto les reparte equitativamente porque sus hijos son amados por igual sin hacer diferencias, el amor es así.

Estrella lo mira complacido y elogia su casa y su familia, le recuerda que hay gente que no tiene esa suerte, pobres infelices.

El viejo se queda solo y postrado, esperando el fin como cada día de su larga vida y repite con amargura, pobres infelices.


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Foto: Rafael Navarro




3.10.08

HIPERESTESIA

Allí estaba en esa suerte de noche cortaziana, oliveiras moribundos, las magas ausentes, desde el fondo de la casa se sentía el golpeteo de un tambor que cumplía las veces de grifo roto, gotea quebrando la silenciosa penumbra.
Luego vi el sol.
Mi abuela me espera para hacer compras que yo sé serán sencillas. La llevo por los laberintos de tentaciones y nos reímos. La miro. Me pasa mirarla de cerca y encapsularla en mis retinas para que no se vaya.
Ese es un hermoso collar, querés que averigüe cuánto cuesta?, la tiento. Mientras, yo sé, hace cuentas pero es bellísimo, el collar, tan delicado como sus huesos que se hacen polvo. Y mi abuelo tiene miedo y lo imagino como un niño chiquito llorando en la soledad de una multitud desconocida. La convenzo y se lo compra. Yo sé, le quedará hermoso.
Sonrío y compartimos chismes de chucherías. Me río y se ríe. Mientras mi estómago no deja de retorcerse.
La vecina que encontramos en la parada del ómnibus me escruta y me pregunta lo mismo de siempre, bebés, bebés, cuándo, cuándo tendremos bebés? Mi abuela sonríe como nunca hasta ahora y no, ella me mira y sonríe y no quiere bebés, ella me mira y me ve y me siento desnuda. Me mira asintiendo y sonríe! Me ve! Me ve! Ella lo sabe, yo quiero tantas cosas y ella lo sabe y quisiera dármelas.
En el fondo de su sonrisa veo la despedida, me regala los silencios de todo lo que ya no vale la pena hablar, me mira y veo el orgullo que nunca creí merecer. La beso y huele como mis recuerdos.
Las noches en vela son narcóticas para mi. Me liberan y me desgarran las tantas pieles que me recubren, me devuelven mi sensibilidad y mi crudeza, hasta que finalmente puedo arrastrarme y volver a rasparme con el duro pavimento.
Pensé, muchas veces, que estaba inerte. Que los latidos de mi corazón eran una inercia vacía, que el mundo no me tocaba porque ya no pertenecía a él. Y miraba indiferente los giros a mi alrededor.
Cuando volví a mirar, seguía el sol en lo alto y la gente caminaba a mi alrededor encerrada en sus cajitas. Cada minuto que envejezco no es más que otro minuto en que el dolor crece, que me dijeron que no me llevo bien con los cambios… no quiero que cambie pero lo hará, la rueda me va a alcanzar y tal vez un latido me falle por su ausencia.
Ella tiene un collar nuevo y yo no tengo bebés, y a veces se me da por querer pelear con los molinos de viento del tiempo.
Hoy caminé llorando por las peatonales repletas de desconocidos.



16.9.08

...

Si tuviese que contar lo que me está pasando ahora, siento que explotaría de tal forma que ensuciaría todo. Que kilos de mugre chorrearían por los pobres traseúntes inocentes...

Y para ser sincera, estoy harta de limpiar enchastres.

Cuando las cosas cambien, al fin, estaré mejor.
Cuando me deje de doler todo eso, estaré mejor.
Cuando deje de tenerte ese miedo ridículo, estaré mejor.
Cuando no me jodas con tus banalidades sin preguntarme siquiera como estoy, estaré mejor.
Cuando te decidas, estaré mejor.
Cuando no necesite justificar cada cosa que hago, estaré mejor.
Cuando se acaben los cuandos, definitivamente seré mejor.

Porque todo es cuestión de tiempos, no?





2.7.08

EL SÍNDROME AVRIL LAVIGNE


Todos sabemos lo que le pasó a Avril L. : un día dejó de ser la adolescente “punk”, de actitud MeLlevoATodoElMundoPorDelante, ojos hiper delineados en negro y tachas por doquier, para ser una adolescente con pinta de malcriada, que usa brillitos y es rubia. Sin omitir, claro, que hasta se le animó al traje de porrista.

Por supuesto todos dijeron que se volvió más femenina, más sexy, como si usar pantalones y negar el fucsia como color decente para el pelo nos restara estrógenos.

Hoy leía el prólogo de un famoso blogger -hombre- al libro recién salido de otra famosa blogger -mujer-. En palabras elogiosas, quizás por empatía de colegas, describe el libro como algo que deberían leer los hombres (en secreto claro, para no provocar un golpe bajo a su masculinidad). Porque, por supuesto, agregar más estereotipos a los ya requetesabidos es algo que contribuye “gentilmente” a nuestra naturaleza femenina.

Este blog que ahora es libro -cuyo nombre empieza con B-, goza de excelente salud gracias al talento de su creadora. Esa mujer escribe muy bien, imposible negarlo, incluso en sus primeras épocas contaba con mi lectura obligada en cada nuevo posteo. Pero después cayó en el conocido clisé de muchas escritoras que escriben sobre mujeres: no saben escribir de otra cosa. Entonces exageran hasta lo inaudito.

Existe otro blog -famoso también- que cuenta las peripecias de una treinteañera que tiene una fecha límite para conseguir el amor de su vida o un accesorio masculino aceptable -todavía no se bien que es- para llevar a un casamiento. Con un talento indiscutido nos lleva por las amarguras, aciertos e inseguridades en esta búsqueda diaria entre calorías y pretendientes escurridizos. Entretenidísimo, irónico, bien escrito. Pero a medida que pasa el tiempo cayó en el conocido clisé de muchas escritoras que escriben sobre mujeres: no saben escribir de otra cosa. Entonces exageran hasta lo inaudito.

Cuál es el problema? (el mío, por supuesto)

No puede ser que ser escritora mujer tenga que ser un clisé. No entiendo por qué ser mujer tenga que significar ser un desbarajuste de personalidades molestas, de hormonas saltando de aquí para allá transfigurándose en odiosas interpretaciones de lo que muchas han luchado años para erradicar.

Quizás si el manto salvador del humor plagase estas ficciones sería más fácil -y oh dios! sería tan liberador!- entender porque estas mujeres deciden cometer un harakiri social y arrastrarnos a todas en él.

Y no lo digo por los hombres que leen a diario y asienten en sus cabezas la premisa de que todas las mujeres estamos locas, no. La opinión masculina no debiera ser un condicionante para nada -caramba, que es el 2008 ya-, en cambio, que miles de mujeres sigan aceptando ser etiquetadas y criticadas vorazmente sin otro asidero más que la crueldad me parece injusto.

Por la literatura también. Leo libros, leo blogs. La literatura femenina es otra cosa. Se puede escribir y ser mujer sin que lo segundo condicione lo primero. No es el “universo femenino” nuestro límite para la imaginación, las letras no tienen género. Aún las grandes escritoras que han descrito ese “universo” -como Jane Austen, Dorothy Parker-, fueron irónicas pero generosas y comprensivas a la vez.

Leo mujeres que escriben y trascienden el más allá de sus propios cuerpos y son geniales. Son impresionantes, son talentosas. Y por supuesto, no tienen miles de visitas diarias.

No necesitan manifestar sus ovarios en cada párrafo para lograr un reconocimiento, simplemente hacen lo que a la literatura mejor le queda: dejan volar su imaginación. Eso es lo que leo, lo que me gusta leer y a las que pretendo emular.

Es resto es Avril Lavigne.




15.4.08

[sin título]



[Madrugada. Cuatro de la mañana, calle céntrica. La mujer camina.]


Los pasos retumban en la calle apenas húmeda, a esta hora, luego de la llovizna histérica. Los pasos retumban y me llenan los oídos con mi propio peso, el roce de mis ropas. Los tacos, bajos, retumban en la vereda desierta de cuerpos, de almas, ni siquiera susurros, quizás el crujir dolorido y viejo de las vidrieras, las miradas de los maniquíes estáticos y elegantes, algunos sonríen y otros posan sin rostro.

Los pasos. Pasos. Pasos.

El suelo se mueve levemente, a veces los carteles demasiado luminosos me obligan a entrecerrar los ojos. Es el mareo que me revuelve el estómago.

El silencio es precioso, tan lleno de nada, inundando. Aunque en la cabeza, adentro, suenan acordes de una canción, de esa que escuché hace unos minutos, antes de darle un beso y abrazarlo. Con una sonrisa que debió decirle que estaba bien y que no había problema en volverme sola por las calles, a la madrugada.

Un auto pasa lejos pero se lo escucha fuerte, nada me distrae de los caños de escape y los motores. Probablemente de quedarme con él unos minutos más no habría soportado callarme.

En esta cuadra hay parejas caminando. Un grupo de chicos. Un par de motos vacilantes ante las luces amarillas de los semáforos que descansan en intermitencias.

Ya no es más como solía ser, mi cabeza y los recuerdos. Quiero recordarlo todo. El olor de la humedad que vuelve a llenar el aire, la mirada del policía que mira distraído y cansado el otro extremo de la calle.

No parece el mismo recorrido. Parece un pasaje extraño. Una caminata sin sentido. No debería llorar mientras hago los últimos metros, si estoy llegando y nada me ha pasado.

En mi cabeza sigue cantando alguien como hace un rato. Hace unos momentos antes de salir, de despedirme de apretarle la mano diciéndole que no se preocupe.

Pasos. Pasos... Pasos que retumban como si le hubiese puesto pedazos de hierro en las plantas. Pero no pesan, son ligeros, son livianos como si estuviese descalza...

Pasos pasos pasos pasos... son menos, debería contarlos hasta llegar a la puerta y decir que estoy a salvo.

Pasos. Pasos...

Cada vez son menos.

Una cuadra y nada más delante de mi, nada más que una puerta y los últimos pasos.

Mi cabeza está llena de recuerdos. No te preocupes. El frasco en tu botiquín. No te preocupes. Otro mareo.

No hay más pasos. Otra vez el silencio. Silencio.


[La mujer cae muerta en la vereda.]



Foto: André Kertész




20.2.08

La puerta


Recuerdo que estaba en ese pasillo, vidrios por doquier y pisos de parquet. Miles de pisos para arriba y para abajo, me asomaba por el hueco que cortaba de punta a punta el edificio. Otros como yo paseaban en los pasillos.

Me cansaba la espera asi que encendí un cigarrillo y traté de fumarlo pausadamente, con grandes bocanadas. Esa especie de shopping que recorría con mi cigarrillo en la mano me parecía una exageración. En todo caso, no era lo que me esperaba, sin embargo tenía que recordar que eran los ochenta y todo era de parquet y amarronado.

Me llamarán por un altavoz?, pensé. A qué hora es mi hora? No quería esperar más. Me miré en el reflejo de los vidrios, remera y jeans, mis zapatillas de lona negra. Alrededor de veinticinco años. Gracioso. Luzco grande, soy adulta. Dónde demonios estoy?

El cigarrillo no se acaba, el humo me envuelve y me digo que sería fantástico recordarlo todo cuando salga de allí. Pero sé que no puedo, que pasarán años y años y recuerdos hasta que pueda revivir esta sensación y ver este parquet. Reconocer este parquet.

Ya está. No aguanto. Es demasiada espera y siento que tengo que irme, que debo hacerlo porque no quiero seguir paseando en esos pasillos, mirando a esa gente en mi misma situación.

Entonces corrí hacia la puerta, la salida.

Del otro lado el frío era bestial y grité. Mi madre me esperaba con sus brazos abiertos mientras yo temblaba envuelta en fluidos y la sábana áspera del sanatorio. Finalmente había nacido.


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Esto sí es carne fresca.

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Foto: Aaron Hawks




22.1.08

REMIENDOS | Lluvia.Sueños.Pasado |


La mañana me ataca sin darme cuenta y tengo el blanco virginal de la hoja, esperándome, esperando el azul obsceno que la deshonre, al falo agudo metálico que la recorra.

Pienso en escribir sobre tantas cosas amontonadas en mi puño. Quise escribir sobre el perdón, sobre los límites del amor, sobre el sufrimiento de vernos heridos por aquellos que poseen no una, sino todas las llaves que necesitamos para sentirnos seguros.

Después pensé en escribir sobre las cuentas pendientes. Aquellas que nos persiguen por los años sin descanso hasta que finalmente dejamos de darles la espalda. Tenemos alguna vez que respirar hondo y cerrar esas rendijas que dejan pasar tanto frío.

Pero después leí lo escrito y me puse triste. El cielo gris es un telón fabuloso pero por qué esparcir mis esquirlas melancólicas? Mejor sería imaginar, historias de gente que miro en la calle y no tiene idea que quiero robarles su vida y hacerlas mías. Después deslizar trazos por la hoja dispuesta, trazos que hablen sobre madrugadas, cinturas húmedas y pequeños secretos susurrados en la oscuridad.

Sin embargo no puedo porque mi muñeca se queja y se detiene porque no he hecho más que desvariar en signos curvilíneos. Los parlantes ahogan las notas con deseos y dolores que me acompañaban hasta entonces. Y reviso mis listas y encuentro el canciones sucias y manoseadas que me ayudará a pensar en cosas irrelevantes. No más Air Supply, lo juré.

Me quiero reír. Quiero decir cosas que hagan reír a todos y solo recuerdo las cosquillas de mi mamá cuando estábamos juntas, nadie más era necesario y ella era lo único, lo único, y no era cierto.

Me resigno, me rindo. No puedo escribir sobre nada. Mis ideas están diluidas como la tinta que se escapó y me mancha la palma de la mano.

Las mujeres regirán el mundo cuando podamos hacer una sola cosa. Solo una. Y morir por ella.